viernes, 28 de mayo de 2010
En la espera del verde de un semáforo
Hong Kong es un lugar perfecto para dejarse hacer. Uno se confunde entre la masa y la masa lo lleva a uno aquí y allá, sin preguntar demasiado, sin mostrar exigencias. Puede uno empeñarse en no seguirla y escoger un camino más solitario, más difícil quizá, pero durará poco. La masa termina por arrastrar porque es de naturaleza glotona y espíritu caprichoso.
Así, uno acaba por no saber en realidad qué está haciendo aquí ni qué sentido tiene, pero solo si se para a reflexionar en la espera del verde de un semáforo o mientras llega el ascensor. Si el semáforo cambia de color justo al pisar el borde de la acera, si el ascensor venía ya de camino, la pregunta seguirá ahí suspendida, latente, sin forma de pregunta siquiera.
Se nota que el aire denso de Hong Kong está lleno de esas preguntas. Se pueden oler, se pegan al cuerpo con la humedad del mediodía, que es cuando más pesan. Se nota que no es una ciudad que te deje darles forma. No hay red con qué pescarlas, ni cazamariposas para atraparlas al vuelo.
Por eso la masa se apresura, de aquí para allá, con un ritmo frenético que alimenta la espesura del aire pero sin tener realmente un destino, un lugar donde reposar, la espera del verde de un semáforo.
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Preciosa descripción, aunque transmite sensación de soledad. Me recuerda a lo que se siente en Madrid un Lunes a las 8 de la mañana...
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Ana J.
Jaja, buena comparación. En realidad, todas las ciudades son un poco iguales en el fondo, estén donde estén.
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